Lo que estoy por relatarles sucede en otro plano de la existencia, quizá más exquisito, amoral y sensacional, empero de una manera extraña e irregular, esta falta de convencionalismos que para algunos es bienvenida incluyéndome a mí, puede causar trastornos en la orientación básica de cualquier ser racional.
La historia que he de contarles no comienza, simplemente estaba ahí, en un tiempo indeterminado, más cercano a la era moderna, en un lugar que es difícil precisar, pero con seguridad les digo que se trata de occidente, si me preguntan por el lenguaje seguro que no se carecía de este, pero en otras dimensiones el idioma empleado, no es representativo de geografía alguna, grupo étnico o una cúpula de poder.
No me gusta ser descriptivo, y creo que esa tarea tan poco se me da bien, pero el recuerdo de lo pisado, o quizás andado, era maravilloso, todo tenía un orden excelente, lo sé, porque yo no era un mero espectador de lo que he de contarles, sino un protagonista que sufrió largas horas tirado en el suelo frío, con la muerte amenazándome por los costados; pero he de iniciar en este momento.
Éramos estudiantes, veníamos de muchos lugares distintos, no había problema con la comunicación todos hablábamos lo mismo, vivíamos en una casa asignada por el instituto, compartíamos, los deberes, la mesa y el sueño, teníamos la libertad de autodeterminarnos en nuestro entorno.
El gozo de vivir en ese espacio de tiempo, era fantástico, de día cuando había que caminar una cuantas cuadras para acercarnos a la parada del camión, que nos llevaría donde los estudios, invariablemente nos interceptaban un grupo de chicas que no habían de vivir muy lejos de dónde nosotros dormíamos, para hacernos elogios y comentarios acerca de nuestra apariencia, lo que muy absurdamente no tomábamos bien, ya que acelerábamos el paso hasta perderlas, para después de nueva cuenta enfrentar en el instituto.
Llegábamos con el corazón acelerado por el trote, cuando se abría ante nosotros el centro de lo que no sé si bien o mal puede llamarse ciudad, el cual era pequeño y bellísimo, lleno de coloridos callejones; si lo pudieran ver estarían de acuerdo conmigo en que era un enjambre de hogares y comercios, ¡vaya privilegio que teníamos al vivir tan cerca!
Nos esperaban cerca de cinco o seis camiones, yo subía junto a mis amigos, al primero de ellos, para evitar a las chicas, estas por lo regular tomaban el número tres.
Parecía que todos sabíamos y estábamos conscientes de lo que sucedía, como eran las cosas, que había que hacer, y que pronto habría de presentarse un gran horror, que yo ya adivinaba, pero desconocía.
Una vez que llegamos al instituto, yo había olvidado casi todo, no entendía que hacía ahí, ni porque tenía que estar, trataba de incorporarme al grupo de amigos, era evidente que aún en el desconocimiento me sobrevivía el sentido de pertenencia.
El tiempo se volvía angustiante, tenía memoria de algo así, de pronto, en un parpadeo la imagen que vi, me obligo primero a hincarme, para después tumbarme por completo en el suelo, tenía mucho miedo, en un instante, me sentí rodeado por tres figuras, estaban a mis costados, incitándome a que las viera, estas querían excitar a mis sentidos, para que las volteara a ver, pero yo mantenía la vista fija al suelo, sabiendo que si cedía un poco, perdería la vida.
¿Por qué demonios lo sabia? Lo que me había motivado a permanecer en el suelo, creía no saberlo, hasta que más adelante se me revelaría la verdad.
El frío del suelo se iba tornando en incertidumbre, ¿cuánto tiempo, podría estar en aquella posición? Mientras pensaba esto y me forzaba a no mirar a mi alrededor, mi cuerpo reaccionaba a la sensación de ser tocado indiscriminadamente, lo cual encendía imágenes en mi mente, que tarde que temprano me harían romper el vínculo que tenía mi pecho y boca con el suelo ya babeado.
Creo que dejé de pensar, lo cual permitió que pasara horas y horas en la misma posición sin moverme, al despertar del miedo, aquellas figuras, me alentaron a levantarme, argumentando que había resistido, y que no iba a morir.
Ingenuamente o no, me incorpore y las puede apreciar tal como eran, eran niñas, sólo niñas, saber quiénes eran me era imposible, llevaban por cabeza bustos de reyes franceses, únicamente eran tres figuras, sólo reconocí a un rey, se trataba de Luis XIV, no podía entender como aquellas preciosas figuras, de delicadas piernas y un olor maravilloso, llevaban como tocado, máscaras en forma de bustos de reyes franceses.
Lo peor y menos comprensible vendría en seguida, me dejaron que tratará de asimilar lo sucedido, una vez que quise articular palabra, una de ellas me ayudo a incorporarme y comenzó a hablar, con una voz preciosa que no iba de acuerdo a lo que veía.
-Suerte has tenido de resistir al placer, es evidente que tu resistencia fue una mera adivinación de lo que venía, sabías extrañamente que ibas a morir, pero ya no lo harás, escucha con atención porque libre aún no serás, hasta que cobres la vida de alguien más; no usarás máscara, deberás matar sin cubrir tu faz –dijo una de las niñas sin demostrar gravedad en la voz.
Entendí y no empleé palabra alguna; se fueron dos de ellas, y permaneció quién llevaba el busto del rey sol, se acerco, me abrazó, luego tomo mi mano y me dejó una daga, permaneció unos instantes frente a mí tratando de adivinar mi rostro, como si yo fuera quién llevara una máscara.
Goyette