30 de noviembre de 2007

mordiendo el pan

Volteo los ojos queriendo tragar saliva, pero me cuesta ver a mi país sin olor a café y abandonado, sin virgen ni cosecha, con gente aventando palitos en las calles, con noticias que me saben a chocolate frío y sin muchas ganas de llorar, siendo aún las once de la mañana.

Ya es invierno pero hace calor, dicen que no hubo fraude electoral, ¿y entonces la reforma qué?

Me he estado gritando en silencio, mordiendo el pan, y rascándome la nariz.

Sentado me he quedado sin dormir, esperando el momento que vengan las ganas de aplaudir, o mejor aún, que tengamos algo que discutir.

Miro la noche que contiene estrellas, que brillan muertas con menos fortuna que ayer, pero aún más que las que han de venir.

Soñé de nuevo al diablo apoyado en la campana, que no tocó hoy para mí, pero ofició misa, eso sí.

27 de noviembre de 2007

uñas teñidas de sepia


Me saben bien las uñas teñidas de sepia, como un pan con dulce de leche, a eso le llamo un “panchito” con cajeta, y me gusta mucho.

También me transpira el limón por la garganta y las orejas, por eso empapo las almohadas, y necesito ser de sal para justificar mi existencia.

Juego con la baraja por las probabilidades, por jugar con la mente humana y engañarme a mi mismo.

Bebo por la compañía, y por la ausencia, siempre por placer, nunca para lamentar, eximiéndome de todo alcoholismo malsano, poco literato y bohemio.

De noche cuando puedo, duermo abrazando mis sueños, al despertar siento que los he perdido, y ahora trato de recordar.

26 de noviembre de 2007

Quiero un Blueberry muffin


Sigo con los labios inflamados, aunque ya no me muerdo tanto, gozando de un tiempo ficticio lleno de incertidumbre y cierto pesar por lo venidero.

Me recuerdo sobre la nieve tendido, pensando en el placer de vivir; sin preocupaciones, cuando disfrutaba de un blueberry muffin, y un café tal vez guatemalteco, pero con el buen gusto de Montréal, hablando sobre el Perú y los libertadores americanos, con un músico amable y triste por el destino de nuestras tierras.

Volvía a casa en Rue de la Roche, triste pero feliz, de entender y saborear mi identidad y la de muchos otros en tierra ajena, aunque con el tiempo ya no lo era tanto.