15 de abril de 2008

Ideas vomitivas



De repente la noche me cayó encima,
con todos los balbuceos
cantados desde la esquina.


Un hombre ruin reía,
inventando
una sinfonía.


Eran demasiados los dioses,
y pocas las jarras llenas de vacilaciones.


Tendido, florecían enredaderas
de leche y sal
sobre muros erguidos ante el mar.


Busqué una cabaña,
y ya encontrada,
la prisa me mandó
a la cama.


No me cabía el útero
en la mochila,
así que lo partí,
y lo dejé
apestando la cocina.





Goyette Dos Gallos
y dos corazones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece una excelente decisión, si yo pudiera cortárselo, no me lo llevaría precisamente, sino que lo dejaría a la intemperie, para que se secara, se purificara y volviera a crecer, como la cola de un lagarto...

mis besos.

Anónimo dijo...

Que habría de ser la existencia sin la simple tragedia de la creación.

Me ha gustado, tal vez el pequeño encanto de una locura hace a las redes de la lógica una deidad infinita en la que el desierto es mayor satisfacción... que se yo.

Abrazo querido escritor.