Tengo ganas del aire que no acaricia pero que si muerde y convierte un impulso en una idea sostenida.
La mañana tiene la gracia de una flor que resiste la noche sin llorar.
Son horas en las que estamos sólo para caminar (poetas que olvidaron mirar).
Si hablara de tus manos, hablaría de ellas cuando éstas, toman las mías,
Si contara con sólo mil suspiros, estos nacerían de mil sonrisas tuyas,
Si me quedara un último minuto contigo, lo pasaría posando mis labios en los tuyos,
Si tuviera por siempre tu compañía, mi corazón en el tuyo se fundiría.
Si tuvieras esta misma ilusión.
Si trato de poner una imagen aquí, es en contestación a esas cursilerías que bañan a los cuerpos de sudor, y que en menos del tiempo de una carta hacen declaración de amor.
Te has liberado por un lapso igual que el que le llevó al señor, la mismísima creación, creeré en las palabras y en ese beso que narras con cierta humectación.
Mis brazos, esos mismos que tus muslos no han recorrido, tienen la medida perfecta para arrancarte uno que otro suspiro.
Disfrutemos de la luna y volvamos a casa, antes que sea domingo.
Yo no contesto el teléfono, me doy el lujo de aguantar los timbrazos, luego todo es calmo, no reviso los mensajes de voz, porque vienen de voces muertas que le hablan a un muerto.
No hay mucho que se pueda esperar de mí, confieso, que conmigo mismo me siento a ratos aburrido, por eso tomo un libro para olvidarme de mí, para olvidarme de mí con los demás.
Giro el cuello, siento el vello facial y me lavo endemoniadamente el rostro buscando a otro que sonría con mayor sinceridad y sienta cariño honesto aunque sea un momento.
Tal vez un día despierte siendo otro e invencible a un ataque nuclear que me recuerde que Gregorio Samsa y yo, somos tocayos.
Sigo postergando una carta a Chiapas, he vuelto a quemar cigarrillos en el cenicero y a pasar noches de poca lluvia implorando por una musa de tintero digital.
Con un dejo más desenfadado permito que las tardes y la horas en ellas fluyan constantes a destinos inciertos pero cargados de una emoción que he solicitado desde hace poco tiempo, me veo en una habitación blanca con muebles pesados y diez libros en la estantería de mis primeros días futuros, quizá busque un lugar sin tráfico y por toda ciudad, un centro que sea un panal.
Tal vez mis líneas deberían ir al norte, donde me esperan las ganas de una mujer comprometida con la venta de libros y abrazada al ser, cuyo nombre tenía el profeta que es paloma de la paz.