La había conocido en aquella estéril y sofocante mañana, muy marchita de ganas, y con una sonrisa que cargaba mucho, y habría de dar más.
El de visita, ella cliente frecuente de los exámenes, y las quimios obligadas para retenerla un poco más, para la esperanza cansada de una joven de 28 años. Sus tiempos predestinados tan sólo por la fractura deportiva de esa mañana en el instituto.
Era más que imposible su encuentro, pero dicen que el destino es el destino.
Y se encontraron.
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