Estuvieron toda la tarde tomados de la mano, no hablaron por un largo rato, sólo sentían la preocupación del otro gracias al sudor de sus manos y por aquella extraña fuerza que los lleva a hablar con su estrechar.
Hoy extraña el asir su mano, pero recuerda y se ha asegurado no olvidar jamás esa despedida sin oraciones audibles, pero sí de pulsaciones que se despedían pronto.
Sería pronto.
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