Vivo a cuatro horas, me paseo entre ciclos de vaga y de plena conciencia, también convivo con el seis, ese número de veces de transición entra cada cuatro horas en un día. Es importante decir, que en ocasiones se mezclan, pero aún siguen marcados.
Ayer en el último lapso de la noche entre letras, me sumí en un pozo con Tooru Okada, recordé la risa que me sobrevino en el funeral de la madre de una de mis compañeras poeta y teatrera, busqué pero no miré la famosa estampita de Gerardo Mayela, regalo en vida que me hizo mi abuela.
El nuevo período lo pase respirando por la boca, con todas las sábanas encima y el pijama largo, sin mucho que decir, sólo que los sueños, se han tornado altos como un papel tapiz en un hotel que creo conocí.
Y comienza otro tiempo, donde las llaves de la regadera se barren, y no llega el agua, espero, y me voy a otro baño con la ventana abierta y las llaves bien puestas, abandoné la idea de rasurarme la barba, y
llevar perfume, al vestirme voy por lo sencillo, lo que había, unos jeans, la camisa a rayas, y un saco roto, los trajes los recogeré más tarde en la tintorería.
Aún no terminan estas horas, apenas comienzan, pasando lista, respirando por la boca y dando clase, impregnado del ímpetu juvenil, sigo con otra clase, termino pronto con ella, y sigo en lo mismo, afortunadamente no me invade ningún escurrimiento nasal, y resisto. En una hora más estaré fuera.
Se abrió un estado más, y un paquete con mis papeles académicos, de vida, y la requerida cédula profesional, apresurando la comida, recogiendo mi ropa de la tintorería, acercando un pijama y recostando el cuerpo, para descifrar la textura de ese tapizado muerto.
Goyette Dos Gallos