A veces las campanadas son ahogadas por el tráfico, la muerte y la pobreza que se lo comen todo en la gran ciudad, pero aún así queda tiempo para soñar aunque sea un poco.
Sin dudarlo Gisselle, le preguntó a Don Gustavo por el hospital al que habían trasladado a Rubí, y volvió a tomar rumbo hacia la calle para subirse a un taxi y alcanzar a su amiga.
Las luces de neón, el alumbrado público y los faros de los coches iluminan el ambiente y a la lágrima que dejó escapar por un momento y que terminaría en su boca. Sentada en la parte trasera del taxi quiso prender un cigarro, pero reprimió su deseo y apoyó su cabeza sobre la ventanilla.
Sabía que la vida de una amante de las calles debía ser muy difícil, aunque el tema del sexoservicio era evitado en sus conversaciones, debía ser difícil estar a merced de cualquier degenerado noche tras noche teniendo al zumbido de las luces como único y mudo vigía de su soledad sin bragas sobre una cama. Eso creía Gisselle, eso creía.
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