Me he fumado dos cigarros, el primero fue glorioso, sentía calma, y al mismo tiempo un nuevo ritmo en el corazón, el segundo no lo fue tanto.
Fue la tentación, el alcohol y el clima lo que propició que me pusiera un cigarrillo de nuevo en la boca, además de los argumentos que he querido hacer válidos para justificar esta caída, uno de ellos se debe a que he percibido que mi producción literaria ha sido muy inferior a la de aquella época en la que cualquier texto estaba respaldado por unos cinco cigarros como mínimo y el otro acompañando íntimamente a este, como el maldito y perfecto cliché pseudo intelectualoide que a veces me aviento.
En este momento temo que las líneas por venir nazcan de una columna que se levanta en el descanso de un cigarrillo postrado en el cenicero.
Goyette Dos Cigarros