Nació príncipe aunque esperaba a su caballero, era joven aún, de facciones fuertes y estaba lleno de sentimientos considerados propios de una hembra; aunque toda su vida fue instruido para la guerra, escribía poesía y pasaba su tiempo libre escuchando a sus amigos, los músicos componer odas a la fiesta, al vino y las hazañas de su reino.
Todo el tiempo con la mirada perdida, sin prestar mayor atención a las damas, que buscaban su gracia, y una palabra de él, pero este sólo prestaba amor, y cariño a su jardín, pequeño capricho que le concedió su padre después de una brillante actuación tras resistir una invasión en el más lejano de los poblados de aquel reino.
Durante la tarde pasaba horas soñando acostado en una piedra entre sus flores, las amaba, las cuidaba y a veces también las cortaba para llenar a las plazas de su nación con tan bellas flores, las regalaba a las mujeres que pronto tendrían un vástago, o ancianas con cansino caminar, así como a pequeñas niñas que empezaban a hablar, pero jamás a mujeres de su edad.
Era extraño que hubiera una casa sin flores, casi todas poseían un jarrón llenas de estás, empero, siempre había una vacía, un palacio entero vacío de esta alegría, aunque de su mismo jardín, provenían las hermosas
caricias de la tierra, al príncipe nunca le regalaban una.
Una noche tras haber tenido una plática especial con sus flores, entró al palacio, y recibió la noticia de una nueva invasión, de mayor peligro y trascendencia, presto tomó su escudo de flor de lis, y se dirigió con los suyos para guerrear; la batalla fue cruenta, y duró algunos días.
Jamás había tenido tal experiencia de guerra aquél príncipe, como esos días de sangre, dolor y polvo, por fin parecía que iba a terminar esa matanza, cuándo en un momento se vio herido y se sintió morir.
Lo curaban, y le calmaban el dolor, pero éste regresaba a ratos, y creyó no poder resistir; fue en ese momento que le mandaron un mensaje del frente enemigo, con una flor.
Al Caballero de la Flor:
Al gran combatiente que no podemos vencer en esta invasión, y que sólo la mismísima muerte lo puede dormir, le mandamos con esta flor, nuestra rendición.
Llorando tanto como se desangraba, pidió que mandaran aquella flor al palacio, y que la pusieran en un jarrón.
En cuanto la guerra termino, mandaron la flor con una nota al rey, que el príncipe dictó antes de sucumbir al dolor.
Padre:
Rey mío, de nuestra florida nación, ve al jardín y cuéntales a mis hijas las flores, que tenía razón, qué cada una de ellas nació para ocupar un lugar en un jarrón.
Todo el tiempo con la mirada perdida, sin prestar mayor atención a las damas, que buscaban su gracia, y una palabra de él, pero este sólo prestaba amor, y cariño a su jardín, pequeño capricho que le concedió su padre después de una brillante actuación tras resistir una invasión en el más lejano de los poblados de aquel reino.
Durante la tarde pasaba horas soñando acostado en una piedra entre sus flores, las amaba, las cuidaba y a veces también las cortaba para llenar a las plazas de su nación con tan bellas flores, las regalaba a las mujeres que pronto tendrían un vástago, o ancianas con cansino caminar, así como a pequeñas niñas que empezaban a hablar, pero jamás a mujeres de su edad.
Era extraño que hubiera una casa sin flores, casi todas poseían un jarrón llenas de estás, empero, siempre había una vacía, un palacio entero vacío de esta alegría, aunque de su mismo jardín, provenían las hermosas
caricias de la tierra, al príncipe nunca le regalaban una.
Una noche tras haber tenido una plática especial con sus flores, entró al palacio, y recibió la noticia de una nueva invasión, de mayor peligro y trascendencia, presto tomó su escudo de flor de lis, y se dirigió con los suyos para guerrear; la batalla fue cruenta, y duró algunos días.
Jamás había tenido tal experiencia de guerra aquél príncipe, como esos días de sangre, dolor y polvo, por fin parecía que iba a terminar esa matanza, cuándo en un momento se vio herido y se sintió morir.
Lo curaban, y le calmaban el dolor, pero éste regresaba a ratos, y creyó no poder resistir; fue en ese momento que le mandaron un mensaje del frente enemigo, con una flor.
Al Caballero de la Flor:
Al gran combatiente que no podemos vencer en esta invasión, y que sólo la mismísima muerte lo puede dormir, le mandamos con esta flor, nuestra rendición.
Llorando tanto como se desangraba, pidió que mandaran aquella flor al palacio, y que la pusieran en un jarrón.
En cuanto la guerra termino, mandaron la flor con una nota al rey, que el príncipe dictó antes de sucumbir al dolor.
Padre:
Rey mío, de nuestra florida nación, ve al jardín y cuéntales a mis hijas las flores, que tenía razón, qué cada una de ellas nació para ocupar un lugar en un jarrón.
Goyette Dos Gallos