De pronto despertó desconcertado sobre una plancha metálica dentro de una pequeña habitación sucia y con poca iluminación, se dio cuenta que no traía puesto más que unos pantalones azules rasgados y tenía unas cuantas heridas en uno de sus antebrazos.
Una vez que se percato de su situación trato de levantarse de aquella fría plancha con éxito y para su asombro al poner un pie en el suelo sintió un tibio charco de sangre que se extendía por toda la habitación.
De repente oyó unos pasos que se aproximaban, pero estos se fueron de largo, por fin tuvo la calma de revisar su cuerpo, le hacía falta su cartera y su anillo de matrimonio, así como su reloj.
Aún sin contar con estos artículos decidió salir de ahí, lo más silenciosamente posible, al hacerlo vio que la luna se encontraba con un hermoso color ámbar en todo su esplendor.
Inmediatamente se dio cuenta, vaya, ahora si que sabía dónde estaba, ni más ni menos que dentro de un manicomio, ¿Pero en dónde diablos?...
3 comentarios:
cuando no estás dentro de un manicomio estás de camino a el...que calle no es un manicomio?
Parecierá que todos los caminos son parte de uno, y nos conducen a uno como bien dices.
no dudo que algún día yo acabe así solo y triste...
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