3 de mayo de 2010

El vagón de un rojizo color ladrillo

Ni una palabra desde que habían salido del hospital, su comunicación se limitó a un abrazo sin suspiros ni lágrimas que pesaran, simplemente se tomaron de la mano y salieron de ahí, tomaron un taxi y se sentaron en la parte trasera sosteniendo la mano de la otra, hacía calor y la barba grisácea del conductor volvía más sofocante el ambiente a pesar de estar en pleno invierno, tras de todo no llegarían pronto a sus respectivos hogares ya que se encontraban paradas en el tráfico que nacía de un tren que pasaba a un ritmo cansado pero firme frente a ellas.

Todavía expectantes a ese ir y venir de vagones, Gisselle percibió un cambio en el tiempo, cuando un vagón limpio de un rojizo color ladrillo pareció acaparar toda su existencia, lucía grande y vacío como ninguno, su enorme puerta corrediza se encontraba abierta mostrando un interior pulcramente blanco.

-Mi alma y quizá la de Rubí sean como este vagón- pensó Gisselle.

El encendido de los motores de a lado así como el del taxi la despertaron del trance, había terminado de pasar aquel tren, ahora volverían a casa y quizá seguirían sin despegar los labios, por algún tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Definitivamente, un vagón con esas características es de llamar la atención, pero, sobre todo, un alma así de vacía puede llenarse de muchas cosas, cosas bellas espero.

Gracias por esta entrega.

Mi cariño esta en Celaya.

Carlos Gregorio dijo...

Seguro que si, para eso estaba abierto el vagón.

Mi cariño en el norte.