Exceptuando las cajas llenas de libros que estaban diseminadas por aquel piso de entramado surrealista, el departamento estaba casi vacío, claro, también me encontraba yo, ordenando papeles y clasificando los libros bajo criterios personales tales como la nacionalidad del autor o por contenido del libro e incluso grado de influencia en mi vida.
Decidí salir a comprar unos cigarros, en el camino veo que un perro toma la brisa de la tarde en una ventana, usurpando el espacio vital de un gato, de repente un zumbido me llama, desde las raíces de un árbol surge una colmena.
Será la anestesia, la que me hace olvidar el labio y que me muerde la lengua.