24 de abril de 2010

Café de máquina

Esta ciudad no duerme, pensaba Gisselle mientras el taxi se orillaba junto al hospital, tampoco lo haría ella hasta saber a Rubí fuera de esa pesadilla, imaginaba lo peor, sobre todo por la expresión de dolor que había mostrado Don Gustavo.

Al bajarse del taxi, Gisselle suspiró y asió su bolsa, sería una noche larga y sin su amiga al otro lado de la ventana para fumarse un cigarro.

Tras unas tres largas horas de estar sentada en una incómoda banca de fibra de vidrio y sin que le dieran razón sobre el estado de su amiga, decidió salir a tomar el fresco y prender un diminuto sol entre sus dedos ante la noche grande de la soledad.

Con una sensación de caída y una mancha de saliva sobre su hombro se despertaría horas después ya con la compañía del rumor de las primeras filas de la mañana y el olor del café de máquina.

Un médico rubio de rostro curtido sería el primero en hablarle del estado de su amiga, no tendría de que preocuparse, sanaría pronto de las fracturas y del derrame de su ojo derecho, afortunadamente no había perdido ningún diente, pero sería un proceso lento el de su recuperación psicológica, ya que para una mujer no es nada sencillo perder una oreja.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bella sorpresa esta entrega.
A veces no sé si esperar más, ya que me quedo con hambre de conocer más y más...

Gracias.

Un abrazo norteño.

Carlos Gregorio dijo...

Tù alimentaste esta historia, y seguirè hasta donde se pueda.

Mi abrazo.