Evitando el dolor, los cigarros cada vez no son menos, el tiempo diseñado a cuatro horas, y el olor a calle de un cielo enfermizo, se hacen trampa en la apestosa calma de los suspiros.
Lloramos de tarde y nos aburrimos de día, la noche pasa en el calor del descanso tras una barra, todos callan el corazón y alzan el vaso. Los tragos tampoco son menos.
Las balas partiendo la ciudad, el polvo inmigrante de las banquetas, y un ritmo tropical suena en los altavoces de los almacenes del centro.
Extraño a los amigos, el desenfreno y las horas perdidas de madrugada viendo algún abierto de tenis por la televisión.