29 de octubre de 2009

Versión tropicalizada

No me puede faltar el cigarro entre los dedos o sobre un cenicero, si es que decido contar una historia, sin embargo ahora me falta ese humo vertical cercano al mouse en las líneas que se suicidan con el folklore de la tierra húmeda. Cerca no hay trenes bala ni barrios informáticos que saturen las pupilas con sus impactantes anuncios que zumban al ritmo de la ciencia ficción, acá sólo se escucha el lamento del peso sucio y harapiento de cientos de hermanos guatemaltecos, hondureños y salvadoreños sobre los vagones del tren que le corta la circulación a una ciudad que apenas puede sobrellevar su historia y el mal auguro de su futuro como un organismo fuerte y sano. A pesar de todo voy perdiendo peso, me hago más etéreo, más leve, eso mismo que sólo Kundera lo puede explicar de una manera insoportable, parece que tiene que ver con la sangre y lo que esta significa en cifras que como dé lugar hay que reducirlas evitando el ron que era ingerido sin paragón.

@dosgallos aunque no cambio el jazz o la música clásica por el merengue o la salsa, inevitablemente uno es absorbido por ese cliché que pasa a ser una etiqueta del mundo burdo dónde sólo ciertos seres de belleza plástica compiten en su tiempo libre con cadenas informativas o se convierten en el hashtag del día gracias a una nueva estirpe de fans que los siguen por todas partes mientras haya conexión Wi-Fi.

Aquí no hay la belleza que puede ser percibida por quién puede sentarse en un parque enclavado en el centro de Tokio, ni tampoco existe la elocuencia por parte de mujeres que cojean, sólo hay salones de belleza ramplones administrados por niñas-mujer, que recién han dejado los estudios preparatorios y que ganan más que un médico o un abogado que también apenas lo es.

Y todavía espero ese libro y su traducción que lleva por título el año en que nací, para comprobar una vez más que sólo soy un personaje Murakamiano versión para Latinoamérica.

18 de octubre de 2009

Frío de cinco años atrás

En el dos mil cuatro mi independencia tenía la característica de ser concedida, en el frío, que al mismo tiempo era privilegio de unos pocos resistir como estampa de un primer mundo ilusorio entre vagabundos acompañados de sus perros fuera de cualquier subway québécois.

Ahora en un frío benigno para mí y cruento para otros permanezco en un limbo independentista, donde no alcanza lo suficiente para ser autónomo, pero dónde gozo del estado paternalista alejado del concepto estatal y más cercano al familiar.

Me siento cercano a esa sensación de cinco años atrás, en la cual un templo de fundación me cobija los domingos y que me recuerda lo lejano que estoy de esas montañas que fueron casa y enseñanza cinco años atrás.

Dos Gallos.